En el Congreso de Tucumán de 1816 no sólo se discutió el tema de la independencia; también estuvieron a la consideración de los congresales otras cuestiones entre las que se destaca, sin duda, la de la forma de gobierno que debían adoptar lo que por entonces eran las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El historiador José María Rosa en su extensa obra Historia Argentina nos cuenta sobre los distintos debates que tuvieron lugar al interior del Congreso que terminó decidiendo la Independencia del país. Al respecto, Rosas dice que “Belgrano había llegado a Tucumán con la noticia de que Inglaterra se desinteresaba de la causa de América, y por lo tanto sus consejos no tenían el valor que tuvieron los de Strangford cuando apoyaba, por lo menos de palabra, a la Revolución del Río de la Plata”. Lord Strangford fue en 1810 el enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Gran Bretaña en la corte del Brasil.
Por su parte, San Martín a través de cartas al diputado por la provincia de Mendoza, Tomas Godoy Cruz, planteaba con vehemencia la necesidad de declarar la independencia; ya que ésta era un paso previo imprescindible en sus estrategia libertadora a escala continental. El caudillo salteño Martin Güemes también sostenía la misma posición.
En cuanto a Gervasio Artigas, caudillo de las provincias del litoral, consideraba que la Liga Federal que integraban ya había roto todo atadura con la Corona de España. El 24 de Julio de 1816 escribió a Pueyrredón, en referencia al Congreso de Oriente celebrado en junio de 1815 en Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay: “hace más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró independencia absoluta y respectiva”.
El Congreso terminaría cediendo a la presión de San Martín, Belgrano, Güemes y Artigas, entre otros, y el 9 de Julio, como todos sabemos, declararía la Independencia.
El debate sobre la forma de gobierno, dice Rosas, comenzó en la sesión del día 12, donde la gran mayoría, y después por unanimidad, menos Godoy Cruz, estaría por la forma monárquica con un descendiente de los incas. El diputado Manuel Acevedo (Catamarca) empezó a tratar el tema inclinándose por “la monarquía temperada en la dinastía de los Incas” con capital en el Cuzco.
El debate seguiría el 15. Fray Justo Santa María de Oro (San Juan), dijo que sería conveniente consultar antes la voluntad de las provincias, y si el debate seguía y se procedía “sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional a que veía inclinados los votos de los representantes, se le permitiese retirarse del Congreso”.
Fray Justo faltó a las siguientes sesiones, comunicando el 20 por boca de Narciso Laprida (San Juan) que “el no asistirá a las discusiones acerca de la forma de gobierno porque las consideraba extemporáneas y por la necesidad de consultar antes a su pueblo, pero que lo haría si el soberano Congreso se lo ordenase”, ya que tendría así un elemento para satisfacer a San Juan que no le había dado instrucciones a ese respecto.
Aceptada la propuesta de Oro éste volvió a las sesiones. No es que fuera republicano, como ha recogido la leyenda, aclara Rosas, sino meticuloso de sus poderes. En las sesiones secretas del 4 de setiembre, donde se votó la forma de gobierno, aprobó la monarquía constitucional, con el solo agregado de “que esto podrá hacerse cuando el país esté en perfecta seguridad y tranquilidad”.
El 19 siguió el debate. José María Serrano (Alto Perú) analizó las ventajas de un gobierno “federal que hubiera deseado para estas Provincias”, pero ahora “por la necesidad del orden y la unión, rápida ejecución de las providencias y otras consideraciones” se inclinaba a la monarquía temperada;
Acevedo reiteró que se adoptase la monarquía inca, apoyada también por José Andrés Pacheco (Alto Perú). El 31 Castro Barros (La Rioja) se adhirió a la monarquía constitucional con el Inca; lo mismo Pedro Ignacio de Rivera Manuel Sánchez de Loria y Pacheco (los tres del Alto Perú).
Pacheco, considerando suficientemente discutida la materia, pidió votación. Acepta Acevedo siempre que se vote el agregado de que el Cuzco sería la capital del nuevo reino. A esto último se opone el bonaerense Esteban Gascón, que quería mantener la capital en Buenos Aires.
No se votó por entender, que si bien había pronunciamiento general a favor de la monarquía temperada, no sucedía lo mismo en cuanto a la dinastía del Inca y a la capital en el Cuzco. El 5 de agosto José Ignacio Thames (Tucumán), que preside la sesión, se manifiesta en favor del Inca; Godoy Cruz se expresa en favor de la monarquía, pero no acepta al Inca y arrastra a Castro Barros, que rectifica su voto en favor del Inca dado anteriormente.
Por su parte, el Tucumano Pedro Miguel Aráoz (Tucumán) cree que debe tratarse primeramente la forma de gobierno y después establecerse la dinastía; Serrano también se pronuncia en contra del Inca y es rebatido por Sánchez de Loria y José Malabia (Alto Perú), ambos sostenedores del monarca indígena.
El 6 de agosto, Tomas Manuel de Anchorena (Buenos Aires) pronunció un discurso en favor del republicanismo del debate (que rectificaría al votar), diciendo que la forma monárquica convenía a los países aristocráticos de la zona montañosa de América, pero no sería aceptada en la llanura, de hábitos más populares. Creía que la única manera de conciliar tipos tan opuestos era “la federación de provincias”.
La propuesta de buscar un príncipe inca para una monarquía constitucional en América del Sud generó las burlas de los periodistas de Buenos Aires. Dando rienda suelta a los prejuicios y al racismo se llegó a decir que al “rey patas sucias” habría que buscarlo en alguna pulpería o taberna del altiplano. Pero no era cierto que los partidarios de la coronación de un Inca no tuvieran candidato.
José Gabriel Túpac Amaru, un símbolo en la lucha contra la dominación española, tenía un hermano, ya casi octogenario, preso en los calabozos de Cádiz, y parientes en su confinamiento de Tinta, Perú. En uno u otros pensaban los diputados de Tucumán.
Como señala José María Rosa: “antes que un príncipe español, o portugués, o francés, o inglés, era más patriótico coronar uno nativo de América (…) ¿y qué monarca más legítimo en América del Sur que el descendiente de sus antiguos reyes? El proyecto no era tan descaminado, y debe reconocerse que la capital en el Cuzco como quería el catamarqueño Acevedo significaba la unidad de América del Sur”.